17 de septiembre de 2010

Un caso de comercio de reliquias en la Edad Media

Durante la Edad Media se estaba en pleno apogeo constructor y miles de iglesias románicas y, posteriormente, góticas surgieron por todo el mundo cristiano. No había catedral, convento o iglesia que se preciara que no ansiara tener una reliquia del santo de su advocación o de los más variados y curiosos objetos supuestamente relacionados con un personaje santo. Así pues, se llegaron a venerar plumas del arcángel San Gabriel, un peine de la Vírgen María, el prepucio de Jesús o los huevos de la paloma del Espíritu Santo (venerados en la catedral de Maguncia).

Jaime II de Aragón

La reliquia más venerada, sin lugar a dudas, era el cáliz que utilizó Nuestro Señor Jesucristo en la Última Cena, el Santo Grial. Esta reliquia estuvo en el monasterio de San Juan de la Peña hasta su traslado a la catedral de Valencia.

Las cruzadas a Tierra Santa y el saqueo de Constantinopla inundaron Occidente de objetos santos traídos por los monjes y por los guerreros. Además, hubo un comercio floreciente de reliquias por toda la cristiandad.
Como ejemplo de este singular comercio se puede recordar el acuerdo entre el rey de Aragón, Jaime II, y el rey de Armenia, por el que éste entregó los dos brazos de Santa Tecla y algunos huesos más en diciembre de 1320 a cambio de 40 caballos andalusíes, un trono de oro, dos mil quesos mallorquines y otros bienes. Estas reliquias fueron depositadas en la catedral de Tarragona, ciudad de la que es patrona esta santa, siendo arzobispo Ximeno Martínez de Luna y Aragón.

Santa Tecla había sido vecina de San Pablo y posteriormente discípula suya. Dicen que ambos vinieron a Tarragona y ella continuó su labor evangelizadora en solitario en Seleucia donde recibió los más horribles tormentos aunque con escaso resultado.

Fue lanzada a un foso con reptiles venenosos, que la respetaron. Se la ató entre dos bueyes, para despedazarla, y estos perdieron su fuerza. La colocaron sobre una pira para quemarla viva, pero el fuego se apartó y quemó a sus verdugos. Por fin fue lanzada a los leones, los cuales lamieron sus heridas y sanó.

Derrotados sus perseguidores la dejaron en libertad y ella vivó en una cueva, como anacoreta, dedicada a la oración hasta su vejez.

Sin embargo, en una nueva agresión, le fueron enviados unos soldados para ultrajarla. Santa Tecla oró para librarse del nuevo tormento y permanecer pura. La cueva se derrumbó dejando solamente su brazo al descubierto.

Y ese brazo, junto con el otro que no se sabe como se recuperó, fue el que compró Jaime II de Aragón y depositó en la nueva catedral de Tarragona.
Enlaces:

Relatos y leyendas
Leyenda de Santa Tecla

2 comentarios:

Cristina dijo...

Qué aventuras las de Santa Tecla. De todos modos, ya que Dios la había salvado en tantas ocasiones (reptiles, leones y demás) podía haber utilizado su poder de una forma más "benigna" para evitarle el ultraje. "Tira, te hundo la cueva encima y se acabó el problema". Parece que Dios estaba un poco hasta el moño de salvarle el culo a Santa Tecla...

Luis dijo...

Moraleja.- Las cuevas no son seguras.